Un ruso, por estereotipo, es alguien fuerte y autosuficiente, con intensos ojos y una barba prominente que lo haga parecer aún más varonil. Seguramente los rusos están dispuestos a pintar el mundo de la misma manera y el mejor ejemplo es Ilya Repin. Este pintor ruso que pertenecía a “Los ambulantes” o “los vagabundos” formó una sociedad cooperativa en 1870 con obras de realismo crítico que intentaban democratizar la pintura y, sobre todo, hacer que los demás amaran el arte.
Repin pintó retratos y escenas campestres de un modo impresionante. No sólo pintaba momentos de la historia o retratos del pueblo, Repin pintaba el alma, la aflicción, el miedo y la lucha del pueblo ruso con tanta intensidad que lograba impactar a todo aquel que pusiera un ojo en su lienzo. Con sólo mirarlas aquel espectador queda cautivado por el impacto de la profundidad de cada pincelada, es en ese momento en el que nos damos cuenta de que una pintura puede ser mucho mejor que nuestra simple visión porque el artista le da el toque dramático ideal para mostrarnos que la mente y psicología humana, nos pueden destruir pero también sostener en los momentos más difíciles.
¿Qué harías si de pronto mataras a tu hijo en un ataque de cólera? ¿Cómo sería esa cara de desesperación y conmoción? tal vez la misma que puso Iván el terrible cuando lo hizo. Nadie estuvo presente pero Repin llevó la escena a la posteridad con su pintura más famosa. Los ojos profundos, llenos de miedo y dolor de un padre que sostiene el cadáver de su heredero preferido, su hijo yace con el rostro de calma más pacífico que puede verse en el arte, porque, podemos interpretar, no se arrepentía de nada y no quería que su padre lo hiciera.
Repin fue uno de los pintores rusos más importantes, los realistas socialistas intentaban imitar su trabajo y a finales de los años 20, su trabajo se publicaba por toda la URSS. Nació en la ciudad de Chuguev, en la gubernia de Járkov, centro de la región histórica de Sloboda Ucrania. Su padre era militar y cultivaba la tierra. El joven Repin con tan sólo trece años decidió aprender arte en el taller de un artista local.
Cuando tuvo la edad suficiente, se trasladó a San Petersburgo para ingresar a la Academia Imperial de las artes y desde ese momento, se convirtió en un creador imparable.
En 1866 se trasladó a San Petersburgo e ingresó en la Academia Imperial de las Artes. Cuando pinto “La resurrección de la hija de Jairo”, ganó la medalla de oro de un concurso que proponía la Academia y una beca para estudiar en Francia e Italia. Ahí aprendió una manera completamente distinta de usar la luz y el color para retratar tanto a la gente común como a la élite del Imperio Ruso.
Cuando realizó su pintura “Los sirgadores del Volga”, su fama creció como nunca imaginó. Una obra que denuncia de modo impactante el duro trabajo al que se someten estos hombres que regresan a puerto cansados, insolados y desesperanzados, a punto de desfallecer.
Pero Repin también logró capturar el espíritu ruso y la terrible crisis que vivía. En sus pinturas muestra el exilio y éxodo que las personas enfrentaban, su historia, los sultanes que dominaron la región y hasta los arquetipos de la peculiaridad rusa que antes dijimos, ahora son un cliché. Pero Repin no sólo pintaba hechos que conocía, en realidad hacía detalladas y concienzudas investigaciones para hablar de ellos.
Una de sus obras conocida como “Los Penates” es ahora Patrimonio de la Humanidad San Petersburgo y la Rapsodia Oriental op. 29 de Aleksandr Glazunov está dedicada al pintor.
Y es que una obra de arte puede ser tan brutal, que logra retratar la vida como verdaderamente es: cruel, vacía, sin un lugar para las buenas personas.
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