En uno de los ensayos del volumen El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz evoca la figura de la “Malinche”, refiriéndose con ella a una imagen paradigmática de los abusos que implicaron los ciclos iniciales de colonización de América. La Malinche no solo se indica como una suerte de figura arquetípica de la heroína que se inmola, de traductora o puente involuntario entre lenguaje del conquistador y el del conquistado, sino también como la madre inicial del mestizaje en Latinoamérica. La expresión y el misterio de esta descendencia sin arraigo se ejemplifica en lo que Paz llamará los “Hijos de la chingada”, acepción de significación amplia, y a la vez concepto enunciativo que describe una hibridación poseedora de una fisionomía doble, a saber, tanto protagonista y antagonista dentro de un proceso de circulación violenta; un proceso condenado a perdurar más allá de la eternidad: “Si la Chingada es una representación de la Madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es doña Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles”.
Entre el 11 y 26 de agosto, el artista chileno Yisa (José Caerols Lecaros) presentó la muestra individual Malinche en la galería Sagrada Mercancía, dentro del marco de una residencia llevada a cabo en el mismo espacio. Y si en la voz de Octavio Paz la imagen conceptual de la Malinche funciona para describir los rasgos de un espíritu Hispano-americano implacablemente fracturado por los movimientos del invasor, en la mirada y en el proceso de Yisa esta imagen se amplía para observar y reflexionar las consecuencias que en la cultura contemporánea generan los procesos migratorios, tanto como cambio en la fisionomía de tramas sociales —determinadas por efecto de ciertas políticas—, como en los desplazamientos causados a partir de inexorables procesos de especulación económica.
En la tarde del día 19 de agosto, con la muestra como escenario, conversé con Yisa acerca del proceso creativo e intelectual que se articula a través de su obra, como también de los marcos referenciales de ésta. Al interior de Sagrada Mercancía (previamente una verdulería e incluso luego un taller mecánico) el artista elaboró tres piezas que abarcaron la totalidad del espacio, utilizando una amplia variedad de materiales cuya función y uso es identificable en la experiencia diaria de una ciudad contemporánea en constante transformación. “Son materiales que tienen una significación más amplia dentro de mi obra”, señala Yisa, “pero específica para el desarrollo de obra que ejecuté acá. Una obra de sitio específico. Entraron una cantidad de materiales que fueron eligiéndose de acuerdo a las necesidades que surgían o por la obra que se fue gestando y desarrollando durante el mismo proceso de residencia”. Un proceso que duró 30 días en total.
Desde varios niveles, Malinche se vincula a un proceso que el artista ha venido desarrollando previamente, específicamente su obra El robo de Hispanoamérica, presentada en 2015 en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile. “Hay una constante, una idea que se ha desarrollado en un cuerpo de obra de más 10 años, y que llega a este momento donde se presenta desde tres tarimas diferentes pero dentro de un mismo tema. Una constante evolución de un tema. Una búsqueda personal que se extrapola a un trabajo de exhibición (específico); son los tres medios que se presentan a acá. El primero consiste en un mural que tiene un desarrollo gráfico y bidimensional muy concreto”.
El mural consiste en un conjunto de diferentes sacos de maíz de papel, “tensados” en el muro hasta cubrir una superficie que abarca unos 18 metros cuadrados. Además de su relación material y del juego cromático que naturalmente produce, la pieza llega a funcionar como metáfora de una problemática que va más allá de la articulación estética. Denominado el oro de Latinoamérica, el maíz fue motivo de divinización dentro de las culturas pre-colombinas; en el Popol Vuh se trata de explicar el origen del hombre relatando que éste fue hecho de maíz traído por los dioses de Paxil y Cayalá. Como una de las más valiosas aportaciones de las culturas mesoamericanas, el maíz se va transmitiendo, no como un grano, sino como un procedimiento para domesticar la gramínea. En una observación más detenida, nos encontramos que en la mayoría de los sacos se puede leer “maíz hibrido”, insinuando que ahora la carga mística o su desarrollo al interior de la cultura de cada país latinoamericano se reducen a la circulación de productos genéticamente manipulados para mejorar su rendimiento. ¿La ciencia transfigurada en un poder que interviene en nuestra realidad y en las concepciones identitarias de nuestra historia?

La segunda pieza en la muestra es una composición escultórica que funciona desde un recorrido y una tridimensionalidad. Según el artista, “el mismo material se articula como contenido”. Titulada Estructura de Supervivencia, consiste en una construcción de ladrillos en la que podemos ver el cemento que los une —así como las estructuras de acero que sostienen sus muros— “al aire”. Tal como el tipo de construcción y gesto territorial que describe, ésta fue construida, según Yisa, a partir de “una planimetría muy ‘povera’”. “No es un espacio regular; por lo mismo, lo que representa ese tipo de construcción es un lugar de supervivencia en lo precario. Viene de una solución más que de un ideal; entonces generé una planimetría básica dentro de un espacio que no es regular y desde ahí construyo con un sistema que responde a una necesidad habitacional y que genera un paisaje arquitectónico característico de Latinoamérica. No sé si puntualmente de Chile, pero si lo he visto viajando desde muy chico”.
Los significados como unidades fijas, como lo expresaba Wittgenstein, tienen la condición de poder disolverse en un uso cotidiano abierto. La cultura posee la habilidad para alterar las dinámicas de lenguaje por medio de rotaciones y reorganizaciones al interior del campo semántico. En el ámbito de ciertos procesos artísticos, estos desplazamientos (“sliding-signifiers”) implican, entre otros rasgos, que la naturaleza estética de una obra puede abrirse hacia un proceso cognitivo que le permite su apertura hacia otras aristas de las áreas de acción al interior del cuerpo social.
En Malinche, el artista parece apuntar hacia esta expansión conceptual. “Claramente hay un análisis, es el momento de enfrentarse a una pieza reflexiva que tiene que ver con referentes locales y que podemos entender, como son el maíz o el ladrillo princesa. Al final uno se va a conectar de manera personal por el hecho de habitar en Latinoamérica con uno o con otro. O con todos… creo que es una idea desde esa iconografía existente donde Latinoamérica o Sudamérica o Europa se presentan en la forma de un orden político. Orden, y por ende, de poder. La idea es replantearlo desde la visión propositiva de este mismo lugar. Y claramente cuando se habla del robo se habla desde Hispanoamérica, que es un término acuñado desde Europa hacia Indoamérica”, dice.
Si desde un cambio en el sentido y en el significado cotidiano de las formas podemos acceder a una universalización del contenido —como lo indica Yisa—, este movimiento se materializa por medio de un gesto de apropiación. Las áreas de alcance que a través de ciertas formas de ampliación del lenguaje están implicadas abarcan desde formas religiosas y filosóficas a formas políticas o trazables en la propia historia del arte.

Titulada El arribo, la tercera pieza que conforma esta exposición interviene la sección del fondo de la galería: desde la techumbre, un grupo de lienzos inscritos con textos y trazos han sido sostenidos por cuerdas; estos lienzos parecieran sumergirse en un mar de aceite quemado, produciendo un inquietante reflejo. Luego, un montículo de piedrecillas a lo largo de la diagonal que se forma marca el límite entre el espectador y el mar de aceite.
Yisa, al referirse a esta obra, señala: “Esa imagen se generó por un trabajo constante acá en la residencia, donde llego con una idea, que nace hace mucho tiempo cuando me encontré con una embarcación de pescador destruida y encallada en la arena y cubierta por una pequeña capa de agua donde se reflejaba todo el cielo. Ahí quedé interesado en el cómo esta pieza me hablaba de todo un contexto que ya ha sucedido. Como en ese momento, donde se puede captar el reflejo y te da esa sensación de espacio, que genera una idea de tiempo. Para el 2011 esa idea estuvo en los planos originales de la sala, en la que exhibí La fatiga de San Jorge y también estaba la idea del Robo de Hispanoamérica básica, muy básica. Eran tres piezas, esa era mi ambición, que terminó concretándose en tres muestras”.
Es importante precisar que el proceso de ocupación y articulación dentro de un territorio o espacio es una acción que se remonta a los comienzos de la práctica artística de Yisa. Principalmente, desde un nexo directo con la pintura. Sus primeros trabajos consisten en murales que funcionan como intervenciones en el espacio urbano. El proceso de transcripción de la experiencia en el muro resuena como un eco significativo en el espacio de Sagrada Mercancía. El artista comenta: “El Arribo es una instalación, pero claramente es una declaración de amor a la pintura ¿Por qué digo de amor? O sea, es el aceite (óleo) y la tela, materialidad pura, cruda, y desde ahí se arma un discurso: es pintura… esa es su ley. Luz, materia… ahora, claramente hay un acercamiento a la objetualidad que se ha ido dando entendiendo al objeto también como una situación. Mi trabajo tiene un camino, en el cual el lugar tiene que ver con la pintura y desde ese lugar empiezan a aparecer situaciones, tales como la arquitectura en desgaste, en deterioro, o los lugares que le dan el contexto, el tiempo, y las materialidades. Estos símbolos los empiezo a limpiar y, en situaciones, el mismo material lo empiezo a proponer como el símbolo mismo; por ello empieza desde ahí, ya como una idea de pieza”.
Una de las imágenes que la instalación logra evocar en el espectador es, precisamente, la de una embarcación que se ha hundido en este mar contaminado por las sucesivas descargas de elementos ajenos a su sistema: los lienzos y los cordeles, tentativamente, pueden llegar a cumplir la función de un conjunto de velas agonizantes. Y a la figura de la embarcación varada se unen otras imágenes, algunas de ellas tomadas tanto de la historia del arte directamente, como de la propia experiencia. “(El Arribo) nace de una idea sobre la pintura de Gericault, La Balsa de la Medusa, que es una pintura política muy fuerte y que tiene el romanticismo en el momento en que quiebra con el neo-clásico. Su carga es potente; hubo muchos bosquejos que no se permitieron, por lo fuerte que eran y por lo que significaba esa pintura, porque declaraba lo que era la sociedad desde la idea de pirámide social, política y de poder; siempre me llamó la atención. O más que me llamó la atención, me gusta esa pintura, la encuentro descarnada, honesta y con ideales estéticos; y la luz… me gusta el misterio”.
