Una mueca difícil de descifrar, una mirada misteriosa, una pose complicada, colores que manifiestan oscuridad, planos incomprensibles, historias ocultas y significados encerrados, esos son los enigmas que comprenden a las mujeres más complejas y a la vez cautivadoras de la pintura.
Fra Filippo Lippi fue en pintor cuatrocentista que se destacó por el halo de misterio que rodeaba a algunas de sus pinturas, las cuales son definidas como cuadros originales de elegancia nerviosa con efectos de color de gran rareza y una particularidad muy grande sobre la concepción del espacio con la que el artista pintaba. De hecho, de él es una de las pinturas que forman parte de estas mujeres asombrosas y llenas de simbolismos secretos que tanto a sus creadores como a sus admiradores terminaron por atrapar, ya sea a través de la particularidad de sus pupilas o en los trazos que las manos de estas féminas sugieren en cada fresco.
“Virgen con el Niño y escenas de la vida de Santa Ana” (1452) – Fra Filippo Lippi
María se convierte en la mujer más enigmática al ser retratada en la pintura de Filippo como parte de una breve semblanza sobre su historia y origen, pues detrás de María cargando a Jesús, quien sostiene una granada de la que se lleva semillas a la boca y la cual simboliza el Renacimiento, la fertilidad y la abundancia de la naturaleza, vemos diversas escenas que parecieran no tener alguna relación con la mujer que vemos sentada en el centro de la pintura.
Del lado izquierdo, Filippo pintó uno de los tres momentos más emblemáticos y a la vez misteriosos sobre la vida de Santa Ana, la madre de María; sobre una cama, Ana se encuentra a medio recostar después de haber dado a luz. Del lado opuesto a la escena del nacimiento de María, vemos sobre la escaleras a Joaquín y Ana, los padres de la Virgen durante la primera reunión que llevaron a cabo antes de casarse. Justo detrás de María y su hijo están “Perséfone”, la diosa griega del ciclo natural y la “Madonna con el niño”, elementos que el autor agregó a su pintura para reafirmar la relación entre el pensamiento de María sobre su pasado y el de su madre, junto con el renacimiento que simboliza el niño Jesús y la fruta que sostiene entre sus manos.
La mirada pensativa que percibimos en el rostro de María se debe a que ella está recordando algunos pasajes de la vida de su madre con la intención de volver más transparentes los recuerdos que sobresalen de la mente de “La Virgen con el Niño” sobre su progenitora.

“La vendedora de cupidos” (1763) – Joseph-Marie Vien
El pintor neoclásico Joseph-Marie Vien, bastante reconocido durante su época, reprodujo el fresco romano con el que dio vida a otra de las pinturas que entre sus trazos esconden el misticismo de tres mujeres que a simple vista no parecen más que comunes.
“La vendedora de cupidos” es en realidad una vendedora de amantes que llega a ofrecerle a una joven de clase alta una cesta llena de querubines del amor. Sin miramientos la vemos levantar a uno de ellos para mostrárselo a la romana que está sentada en medio del cuadro, quien coloca su mano izquierda de esa forma para referirse al placer que la doncella está buscando, el gesto también viene acompañado de los elementos que vemos sobre la mesa: un collar de perlas, el quemador de esencias y las flores encima del mantel connotan que estas misteriosas mujeres son fieles amantes de los placeres mundanos.
Por otro lado, la joven que se encuentra de pie detrás de la de vestido azul es la criada de la joven que también está ansiosa por comenzar a disfrutar de la compra que está presenciando, pues apenas la vendedora de cupidos muestra a los amantes lo que trae en una canasta, ella ya tiene el tirante de su vestido escurrido sobre unos de sus pechos, dejando uno de sus senos al aire para denotar que la tarea del amante será doble y que se encuentra más que lista para comenzar.

“El espíritu de los muertos vela” (1982) – Paul Gauguin
Tehamana fue la asombrosa y enigmática amante de Gauguin, a quien conoció en uno de sus viajes a Tahití durante el que decidió retratarla recostada sobre una cama en una escena en la cual pinta el miedo ancestral de esa cultura a los “tupapau”, nombre que ellos le daban a los demonios o espíritus de la muerte que se aparecían por la noche para vigilar a los que dormitaban para tomarlos por la espalda y llevárselos con ellos.
Esta creencia gira en torno a un espectro que para los tahitianos surge de entre la laguna o el bosque para aparecerse mientras alguien yace sobre la cama, como lo hace Tahura, nombre con el que la llamaba Gauguin, y quien decidió pintarla con las piernas cerradas y una postura tensa a pesar de aparecer desnuda sobre la cama. Hace parecer que ella realmente sabía que alguien la observaba para abalanzarse en cualquier momento sobre su espalda, por lo que el misterio que rodea a la amante del pintor encierra un secreto que parece que Gauguin no termina de explicar en su cuadro, ya que los ojos del espectro nocturno, que se encuentra encapuchado y del lado izquierdo de la pintura, parecen ver fijamente a la joven pero nunca aparenta tener la intención de posarse sobre ella.

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“Jeanne Hebuterne” (1917) – Amedeo Modigliani
En 1917, Modigliani conoció a Jeanne Hébuterne cuando ella tenía 16 y él 33, pero la enigmática personalidad de la joven no llevaba ninguna relación con su edad, pues desde ese momento y aún siendo ella tan joven, estos dos empezaron una relación amorosa e intensa que los unió como a nadie más.
A finales de 1918 la pareja tuvo su primera hija, pero Modigliani empeoraba cada vez más su estado de salud y a pesar de eso, ambos continuaban siendo una misma alma; de hecho, cuando el pintor falleció debido a varias enfermedades, no pasaron más de dos horas para que Jeanne también muriera. La pintura del también escultor italiano revela lo que esta mujer de ojos cautivantes, como él la retrata en este cuadro, significó en su vida.
Pues Jeane Hebuterne jamás fue retratada desnuda por el artista que logró una fama estridente debido a los numerosos y explícitos desnudos que pintó durante toda su carrera, el misticismo de la joven que un día enamoró a Modigliani logró que ella fuera la única mujer de sus cuadros en la que podemos notar una diferencia enorme al observar la forma en que pintó sus ojos de manera delineada, detallada y en colores más claros, como si se tratara de una mirada real, a diferencia de los numerosos desnudos y retratos que el polémico parisino creó en varias ocasiones.

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“Etant Donnés” (1966) – Marcel Duchamp
No fue una, sino dos mujeres, las que formaron parte del fresco más incomprensible y el último de Duchamp, pues como una recopilación de moldes, el artista engranó las piernas, los brazos y el torso de dos de las figuras femeninas que para él significaron el enigma más grande de su vida.
La primera de ellas fue la escultora brasileña Maria Martins, con quien mantuvo una relación en los años 40, precisamente mientras había iniciado la misteriosa obra. Al parecer, Duchamp realizó numerosos moldes del cuerpo de su compañera y artista, que más tarde empleó para pintar la mayor parte del cuerpo de la figura femenina presente en ‘Etant’.
Después llegó la segunda historia con la que el artista completaría el misterio que rodea el desnudo o parte de él, pues sobre el cuadro aparece Alexina, su segunda esposa, con quien vivió después de su relación con Martins y de la que igualmente tomó referencias de su cuerpo para dar forma al brazo que sostiene la misteriosa lámpara de gas en su pintura.
Esta obra de arte de corte esotérico ha sido estudiada múltiples veces por expertos en el tema que aún se preguntan sobre la composición de la misteriosa mujer sin rostro que aparece de manera impresionante a mitad del cuadro y de la cual probablemente nunca sepamos la verdad, pues Duchamp parece haberse llevado a la tumba el secreto de su significado, aunque podemos asegurar que la composición que ambas siluetas crearon es tan inquietante como lo fueron estas dos musas para el artista.

*Diccionario de arte. Las bases que todo amante debe reconocer
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Fanny Cornforth (1873) – Dante Gabriel Rossetti
La chica pelirroja de cabello largo y labios rojos fue la enigmática mujer que enganchó a Rossetti en una relación bastante tambaleante, durante la que Fanny Cornforth pasó de ser una prostituta que el pintor alguna vez dibujó, a su ama de llaves y posteriormente, una de sus amantes.
Pero la musa que alguna vez había atrapado los ojos y el pincel del artista con esos destellos rojizos y una juventud envidiable, poco a poco fue enfermándose de la misma inestabilidad que vivió junto a Gabriel Rossetti, pues consumida por los celos, la ya no tan joven mujer comenzó a decaer física y emocionalmente. Razón por la que el poeta e ilustrador fue apartándola cada vez más lejos de él.
A pesar del cariño que el pintor inglés sentía por su musa de cabello rojo, jamás llegó a aceptarla ni reconocerla como una de sus mujeres, pues los allegados al artista siempre la criticaron por venir de un mundo “bajo” como la prostitución. Por lo que a pesar de la pasión que algún día los unió, el artista decidió desconocerla como su amante y musa predilecta; entonces la tristeza de Fanny provocó que empeorara su salud y con eso su estabilidad mental, por lo que años después de la muerte de Rossetti y bajo la autorización del segundo marido de la aún hermosa y desolada mujer, Cornforth fue internada en contra de su voluntad en un asilo para enfermos mentales de Sussex.
A pesar de haber sido uno de los rostros más retratados por Gabriel, la encantadora Fanny terminó siendo enterrada en una fosa común en el año de 1909, por lo que toda su misteriosa y enigmática belleza sólo quedó registrada en los cuadros que durante su relación con el artista Rossetti decidió pintar.
