“Su rígida, pero íntima interpretación de la vida americana, se hundió en la sombra o hirviendo en el sol. Son mínimos dramas impregnados con máximo poder. Hopper tenía la remarcable habilidad de mostrar la más ordinaria escena -ya fuera una estación de gasolina, una cafetería anónima o un transparente cuarto de hotel- con intenso misterio, creando narrativas que ningún espectador puede desenvolver totalmente”.
Las palabras de Avis Berman definen a la perfección esa dualidad en las pinturas de Hopper. Escenarios cotidianos en los que hay mucho más de lo que vemos. Su pintura es como la música, y los cuadros de Hopper están llenos de silencios que el espectador debe interpretar. En entrevistas él dijo que nunca daba menos al espectador, que todo está ahí listo para ser interpretado y admirado.
El sueño americano es una ilusión que la primera mitad del siglo XX idealizó, por eso resulta interesante encontrar el balance de ese idílico mundo en la obra de Hopper. Soledad, tristeza, resignación y un continuo estado de melancolía característico de las personas que idealizan tiempos mejores y se ven atrapados en su propia realidad. Pintor realista, pero también observador realista. Hopper no capturó momentos de extrema felicidad ni de angustia insoportable, él llevó al lienzo esos momentos en los que los rostros se mantienen en un estado inerte, característicos de la pasividad cotidiana.
Personas comunes, la sociedad norteamericana de clase media que ya dejó de buscar una realidad que nunca llegará. Tienen la casa, pero no la seguridad que les prometió el sueño americano; tienen auto, comen en restaurantes, viven en una cosmópolis que, sin embargo, es indiferente a ellos y por eso responden de la misma forma. Lo que Camus retrató en “El Extranjero” en esos años, es lo que Hopper demuestra en sus personajes; una resignación ante el peso de la existencia, una indiferencia ante la vida.
Hopper fue artista desde pequeño, sus padres lo apoyaron a seguir el camino del arte y aunque siempre pudo elegir las vanguardias, codearse entre importantes pintores que diseccionaron la realidad desde sus estudios en París (Hopper los conoció en los tres viajes que hizo a Europa en su juventud), decidió retratar la cruda realidad a través de claroscuros que no eran producto de la luz divina como Caravaggio lo interpretaba, sino una luz artificial procedente de alguna farola fuera del cuarto que evidencia a sus personajes como seres tan artificiales como la luz bajo la que se encuentran.
Tal vez no se inmiscuyó en los conflictos bélicos que atormentaron al planeta durante es época, pero sí reflejó lo que dichos eventos causaron en la gente. Profundamente introspectivo, el pintor siempre será un exponente mencionado cuando se busque conocer el sentir y pensar de la sociedad occidental de principios del siglo XX.
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Fuente: Smithsonian Mag