El nacimiento del Artista como Héroe tiene lugar en el espacio histórico de la Modernidad. De acuerdo con la historiadora del arte Griselda Pollock, este será un período que se articula a modo de «respuestas» ante las complejidades de la experiencia social vivida entre extraños, en un nuevo sistema de relaciones que pondera el dinero, el intercambio mercantil y, fundamentalmente, la individualidad. Los lugares de la Modernidad artística estarían reservados a sujetos masculinos que, ejerciendo su «poder» de libre desplazamiento por la ciudad, encarnarían las nuevas formas de experiencia pública.
Surge así la figura del flâneur: el caminante sin rumbo, un hombre exclusivamente moderno de la Francia del siglo XIX. Al decir de Edgar Allan Poe «el hombre en la multitud», que goza del privilegio de la observación no participante, de una amplia movilidad a través de la ciudad, simbolizando la anhelada condición de lo incógnito, jugando con los límites de lo visible-invisible y encarnando la mirada codiciosa y erótica de la modernidad.
Pero la gestación de un flâneur solo será posible en la matriz de la ideología burguesa moderna, donde los espacios sociales de la ciudad han quedado divididos en esferas opuestas, en los ámbitos de lo público y lo privado que engendran las desigualdades de género. Si el flâneur es por excelencia un hombre moderno, con dominio del mundo público en el que tendrán lugar las actividades productivas y donde se compite en nombre del poder ¿Cuál es el espacio de las mujeres? ¿Podríamos pensar en flâneuses? ¿Se entrecruzarán los espacios de la feminidad y la modernidad artística?
Las mujeres, representadas en el ámbito privado, dígase el hogar, fueron eximidas del privilegio de la observación no punible. Eran sujetos anacrónicos en la ciudad, por lo que los espacios de la feminidad fueron construidos desde una lógica posicional, tanto en el discurso como en la práctica, cuya organización social de la mirada, del ver y ser vistas, llevaba implícita la diferencia sexual.
Cuando en 1863 el poeta y crítico de arte Charles Baudelaire, publica su ensayo «El pintor de la vida moderna», la figura del flâneur queda convertida en la del artista moderno y, consecuentemente, en el genio/héroe de la modernidad. Dirá el propio Baudelaire que la habilidad de ver el mundo y ser su centro, a la vez que permanecer oculto al mismo, serán algunos de los placeres menores de esas «naturalezas» independientes, apasionadas e imparciales. Lleva así al «virtuosismo» al terreno de las esencias, con lo cual las mujeres, nacidas para el mundo del hogar, no poseían el «gen» del genio (el falo), propiedad natural de los hombres. El ensayo de Baudelaire se estructura sobre la oposición entre el Hogar vs. Mundo exterior, entiéndase entre la Insensibilidad al arte vs. Sensibilidad artística, Mujer vs. Artista/flâneur. Traza en el mismo un mapa de la ciudad de París, en el que señala todos aquellos sitios de mirada del flâneur, lo cual revela dos cuestiones importantes de cara a cualquier crítica hacia el canon occidental de la historia del arte: 1) revela cómo varía la representación de la Mujer según la locación urbana; 2) las mujeres no son consideradas sujetos de mirada, posicionándolas como objeto de la mirada del flâneur.
El recorrido comienza en el auditorio, donde las damas más distinguidas ocupan su palco del teatro; luego observa a las familias elegantes en los jardines públicos, donde las esposas van de los brazos de sus esposos mientras sus hijas juegan a imitar a los mayores; se desplaza después al mundo bajo del teatro, donde figuran las bailarinas tras bambalinas admiradas por burgueses gordos; visita las puertas de los cafés donde advierte al dandy que aguarda por su amante; penetra en los Folies donde las cortesanas representan la «imagen proteica de la belleza licenciosa»; Finalmente distinguirá a las mujeres según su grado de miseria: de los aires patricios de las prostitutas jóvenes y exitosas, a las esclavas pobres de los sucios burdeles. Griselda Pollock estructura este recorrido a través de un esquema que divide en las categorías de Damas y Mujeres Perdidas, e ilustra el mismo a través de obras de Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas y Édouard Manet. Ella plantea que el canon de la historia del arte, es uno de los más virulentos y «virilentos», pues el argumento del artista como «héroe de la modernidad», es indiscutiblemente sexista.
Queda abierta una discusión que nos invita a cuestionarnos la relación género-arte, a través de la consideración del lugar de las mujeres como sujetos de la mirada, productoras y espectadoras de arte ¿Será utópico pensar un cambio de paradigma en el estudio de la historia del arte? ¿Cohabitaremos flâneuses y flâneurs en espacios de arte y equidad?